Pero la peor parte no es esa.
La peor parte de convencerte de que TODOS LOS HOMBRES SON IGUALES, es que justamente siempre vas a estar esperando lo peor. Lo peor de ellos y lo peor de la relación en si. Siempre va a haber un miedo, un fantasma, un monstruo inventado por nuestro propio instinto de supervivencia que va a atormentarnos la cabeza, llevándonos a querer estar siempre un paso adelante a los acontecimientos y, por asociación obvia, al desencadenamiento trágico de la inminnte decepción amorosa.
Quien siempre espera lo peor, sólo lo peor puede encontrar.
Y la gran verdad, es que en un amplio porcentaje de los casos, encontramos lo peor porque lo terminamos provocando nosotros mismos, sin querer. Nos convertimos en nuestro peor enemigo, porque el miedo nos domina.
Este es el gran circulo vicioso que engloba la vida de muchas mujeres que aman demasiado. Esta es la gran traba que trunca nuestras vidas emocionales.
Nos cueste creerlo o no, los hombres no son todos iguales. Ni ellos lo son entre ellos, ni son de igual forma con todas las mujeres. Y aunque sea un riesgo, vale la pena descubrir cuál es cuál.
Porque sí, es verdad. Hay mucho hijo de puta dando vueltas por ahí. O también puede pasarnos que no sea el momento indicado para esa persona y nos la tenemos que comer. También hay una cuestión de suerte en el medio. Es inevitable, es el riesgo que corremos cada vez que conocemos a alguien nuevo: no sabemos quién es.
Pero si vamos por la vida pensando que todos los hombres son iguales, y esperando lo peor de todos ellos... no nos vamos a dar cuenta cuando tengamos en frente al que es diferente.
Y aunque sea díficil encontrarlo, EXISTE.
Tenemos que creer que existe, que está en alguna parte. Y por supuesto que vale la pena arriesgarse por ello. Porque en algún lugar, donde menos lo te lo esperes, te vas a cruzar con él.
Sólo tenes que permitirte encontrarlo...